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viernes, diciembre 02, 2005

En el Perú no hay buenos samaritanos

Lunes último. 9:35 de la noche. Billete de 50 soles en el bolsillo. Pensamos que alguien tendría que cambiarnos el billete, si no era el chofer del taxi, al menos en algún grifo. Primero pensaba dejarla a ella y luego el mismo taxi me llevaría a mi casa, que no está tan lejos.

La noche estaba tranquila, con un cigarrillo en la mano, íbamos conversando de las cosas que nos habían pasado en el día. A pocas cuadras de nuestro primer destino, dejando la avenida y entrando a una pequeña calle, sentí un fuerte golpe en el auto que me hizo mover la cabeza a mi derecha. Al girar, vi a un hombre que estaba pegado a la puerta. Pensé por un momento que íbamos a ser una víctima más de las estadísticas sobre delicuencia en Trujillo.

Instintivamente, cogí fuerte la puerta, pero me di con la sorpresa que la persona con problemas no era yo, sino el sujeto que estaba fuera del auto. Miré bien por la ventana para salir de la duda y fue grande mi sorpresa al ver que el taxi en el cual íbamos había arrollado a un hombre en bocicleta. Luego de advertirle al chofer, un hombre de edad avanzada, nos detuvimos unos metros adelante y bajó del auto para verificar lo ocurrido.

Ya se imaginan que vino luego. Ambos se echaban la culpa de lo sucedido, pero noté mucha tranquilidad y calma en el hombre mayor. Por un momento pensé que calma lo iba a llevar a ser víctima de algún engaño o maltrato.

"No te preocupes, mi carrito tiene SOAT. Sígueme en tu bicicleta que voy a dejar esta carrera y te llevo al médico. Mi auto tiene SOAT" - mencionó el cano chofer ante la mirada adolorida de su víctima accidental. Subió al auto y nuevamente nos pusimos en carrera, así que con mi acompañante decidimos bajarnos en nuestro primer destino y dejar que el hombre se vaya a auxiliar al infortunado ciclista, quien supuestamente venía siguiéndonos.

"Parece que se salió su cadena. No va a poder seguirnos" - me advirtieron silenciosamente, mientras el auto avanzaba y el taxista manejaba más acelerado que de costumbre y murmurando palabras que lo absolvían de toda culpa.

Llegamos a la casa, saqué 3 soles de mi bolsillo y al ver que estaba muy intranquilo, me acerqué al pobre hombre y le dije:
- "Vaya con cuidado, no se deje engañar"
- "No se preocupe" - me dijo calmadamente - "ahorita lo ayudo"

Luego de eso, subió rápidamente a su Tico. Yo me hice a un lado para dejarle espacio para que retrocediera y diera el alcance al, suponía yo, adolorido hombre. Pero eso no ocurrió. En vez de retroceder, el hombre prendió su vehículo, puso primera y arrancó, huyendo a toda velocidad por las calles aledañas y perdiéndose en la oscuridad de la noche, con las luces de su auto apagadas. Se fugó.

No se si el chofer regresó, o si el ciclista murió desangrado, ni siquiera si estaba herido. Pero lo que si se es que soy un tremendo estúpido al pensar que alguien iba a ayudar a otro, que se iban a hacer responsables por sus actos y enfrentar su culpa. En el Perú no hay buenos samaritanos.

© Copyright 2005 / Fredy Zegarra